martes, 4 de febrero de 2020

Estados y nación. Continuación y fin.

Vuelvo sobre mi anterior artículo "Estados y naciones". Lo había despedido concretando  la España plurinacional, fijando las nacionalidades en la vasco navarra, la catalana, la gallega y la española. Previamente había establecido los requisitos para entender la existencia de un pueblo o una nación, diferenciando este concepto del de  Estado.

Los tres primeros territorios después de extensas y variadas vicisitudes históricas, que no viene al cuento relatar en este estrecho artículo, es lo cierto que han llegado al siglo XXI conservando una identidad propia  ( o al menos la mayoría de su población así lo siente) como comunidad estable en un determinado territorio, con lengua vernácula, unas relaciones económicas singulares y sobre todo con una psicología social y espiritual en la mayor parte de sus habitantes, que los ha identificado  y diferenciado culturalmente de otras comunidades, creando en gran parte de ellos la conciencia de ser dueños de su propio destino, pertenezcan sus territorios o no otras estructuras políticas en forma de estado.

La cuarta realidad es la que he denominado la nación española, la cual podría identificarse con la castellana.  Hoy en realidad y a pesar del chapucero mapa político autonómico que nos dejó la constitución  de 1978, las Castillas, León y Asturias, Aragón,  Extremadura  o Andalucia y  Murcia en realidad son territorios castellanos en términos de la identidad anteriormente comentada o si se quiere que  fueron castellanizados después de diversos procesos históricos. Andalucia y Extremadura, por ejemplo, son prolongaciones de Castilla que ésta fue asimilando en la reconquista a los árabes. 

No se trata de tener antecedentes históricos de cada una de nuestras regiones, pues en Castilla sobran y no digamos en Aragón.  Claro que Castilla en una nacionalidad, sólo que al expandirse por conquista o asimilando a otros pueblos ha formado la identidad que ahora llamamos española. Pero detengámonos en mi región, que en su día cumplió de sobras los requisitos de nacionalidad, para comprobar  como  fue  castellanizada.

Aragón tuvo su idioma propio, una lengua romance llamada fabla o aragonés, y fue hablada por la mayoría de su población hasta bien entrado el siglo XIX. Por otra parte, el antiguo reino hasta la llegada de los borbones contaba con instituciones políticas propias, hasta el extremo, podría decirse que salvo la defensa y la política exterior el reino era totalmente independiente.  Con la llegada del primer Borbón, Felipe V, al haber tomado parte Aragón en la Guerra de Sucesión, junto a Cataluña y Valencia ( la Corona de Aragón hasta entonces) a favor del archiduque Carlos, al vencer Felipe V en dicha guerra,  Aragón  al igual que Cataluña, perdió todas sus constituciones políticas con los decretos de Nueva Planta. Es a partir de entonces, cuando el castellano, ya presente en la región, se impone progresivamente como lengua oficial y desde las ciudades comienza una labor en lo comercial y administrativo para desprestigiar al aragonés como lengua  atrasada, rural y poco culta.

Consecuencia : hoy apenas se habla en Aragón la fabla y las instituciones públicas apenas le prestan protección. La identidad aragonesa todo lo singular que se quiera, está castellanizada. Somos una región más de la nación española.

En 1978, con el aliento de los militares en  el cogote y con el fin de evitar construir una España plurinacional y diluir dicha idea, se ideó el mapa actual autonómico, es decir el "café para todos", a la par que los caciquismos locales que ya denunciara Joaquín Costa, en forma de partidos regionalistas se aprestaron a sacar tajada de tanta confusión.

En lugar de llamar a las cosas por su nombre, nacieron chiringuitos como Cantabria, que siempre fue Castilla, y no digamos la Rioja, donde se supone nació el castellano.  Se reeditaron las dos Castillas, las vieja  por un lado unida a León y Castilla la Mancha  por el otro  ; se creó un engendro llamado Madrid, separado de Castilla la Mancha, Murcia, se fue por su cuenta separada de Albacete que fue unido a Castilla la Mancha ; Segovia estuvo a punto de ser  declarada autonomía uniprovincial, un individuo de origen asturiano, fundó el Partido aragonés regionalista ; Extremadura pasó a ser autonomía, y como no Andalucía, junto a Valencia y Baleares. Y para acabarla de arreglar Ceuta y Melilla fueron sendas autonomías.

Quizá, lo único coherente dentro de la nación española fue declarar autonomía a Canarias, habida cuenta su específica insularidad.

En la actualidad el modelo ha estallado y la constitución de 1978 no sirve. Si es que la solución existe, esta pasa por aceptar la realidad  plurinacional de una vez por todas y construir un nuevo edificio federal de verdad o confederal.