Una época ha finalizado
y otra debe nacer. Y digo debe, así, imperativamente, porque si los partidos de
izquierda en Barbastro y Monzón, siguen loando su proceder hasta ahora y no
reconocen graves errores, en la próxima cita electoral hasta pueden desaparecer o quedar en
la insignificancia.
La derecha de estas
ciudades lleva casi 15 años o más conquistando lo que genialmente Antonio Gramsci
denominara “ la hegemonía cultural”. Lo ha hecho
silenciosamente, pasito a pasito,
penetrando en el tejido social y en la defensa de ciertos valores y
principios. Y la cuña ha
estado tan bien puesta, que, en muchas ocasiones, han sido los propios partidos de
izquierda los que han llegado, con eficacia, a hacerle el trabajo mediante inversiones y
actividades culturales, cuando han gobernado.
Así pues, la izquierda
lleva años y años, explicando que el desarrollo y nuestro bienestar exclusivamente depende de
la iniciativa privada, de los empresarios que nos “dan” el trabajo, a los cuales
debemos mimar y subvencionar. Nadie niega que en el marco de sociedades capitalistas
en el que nos movemos la empresa privada no deba ser atendida con una eficaz gestión,
pero de ahí a defender determinados proyectos que puedan poner en riesgo nuestra salud o
el medio ambiente ( caso de la incineradora en Monzón) o a permitir ciertos
desarrollos urbanísticos que si bien permiten hacer caja a ciertas empresas, dejan olvidados
frentes como nuestros cascos urbanos históricos o la construcción de
viviendas sociales de bajo alquiler, va una distancia muy larga.
Fácil que el PGOU de Monzón,
aprobado entre los años 1985-86, haya llegado a reformarse parcialmente más de 10
veces hasta el más reciente de 2006 ( y carezco de datos para saber si éste último lo
ha sido en alguna ocasión). Todo un ejercicio de un urbanismo a la carta en atención a
intereses concretos.
Igual sucede con la
competencia, palabra ésta se ha elevado al rango de sagrada. Nos hemos llenado de grandes
superficies, aplaudidas a su llegada como el “bienvenido mister Marshall”, “
portadoras de puestos de trabajo” y sus resultados están a la
vista,
con la casi desaparición
del pequeño comercio.
Pero para detectar estos
problemas hace falta tener ideología, y ésta es la que se ha perdido por completo.
Hace 20 años o más , aún los locales de las agrupaciones de los partidos de izquierda
eran foros de debate, intercambio de ideas y hasta de actividades. Hoy, en
ellos, se gestiona exclusivamente la partitocracia. Únicamente, permanecen abiertos en
tiempos electorales para procesos internos o externos. Y dentro de ellos, lo que podría
y debería haber sido un pequeño bar o cantina, que fomentara el encuentro y debate de la
militancia, ha sido sustituido por una máquina automática de coca- colas. De
bibliotecas (que así puedan llamarse) o actividades de formación en
las sedes, hace años que
permanecen absolutamente desaparecidas.
Es tan grave la
situación, que en la recientes elecciones municipales, una
agrupación del PSOE, tuvo que pedir
ayuda a otra formación de izquierda de la misma localidad para cubrir las plazas de
interventores en la mesas electorales. El militante ya no existe. Lo que existe el personaje
disfrutando de un puesto público remunerado y los que esperan obtenerlo en la próxima
ocasión, más todos los fans de ambos que han podido ser reclutados.
Del mismo modo que la
competencia, y el emprendedor han calado en la izquierda, la ofensiva tradicional, en
forma muchas veces de nacional catolicismo, ha tomado calles, plazas y ceremonias.
Nadie se opone a procesiones, belenes y demás manifestaciones religiosas, es más, el
estado debe garantizar y respetar la libertad religiosa de
cualquier credo. Lo que no parece
lógico es que estas actividades acaben siendo subvencionadas y
los poderes públicos
municipales, participen oficialmente de ellas, en un estado que se define como aconfesional
en su constitución.
La derrota de la
izquierda en este campo es total. Y ha ido pareja al fomento e incremento de actividades
lúdicas y festivas de todo tipo, bastante onerosas para las arcas públicas.
Sin la conquista de la
hegemonía cultural, ni se accede al poder real, ni este se mantiene. Cunde la
desmoralización mientras las capas con más bajos ingresos siguen pagando las crisis, sobre
todo los jóvenes. La próxima está por llegar, y no falta mucho.
Mucho me temo que para
algunas formaciones la travesía del desierto sólo ha hecho que comenzar, pues no veo en
ellas ni el más mínimo propósito de enmienda.
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