Hace varios días que llevo en la cabeza escribir un artículo sobre la Iglesia católica y su presencia en nuestros días en la Europa occidental. Es un tema difícil y complejo y puede que el formato de este artículo no dé para todo su contenido y haya que volver con otro suelto sobre la misma materia.
Me decidí a hacerlo cuando, por curiosidad estadística, me acerqué a la catedral de mi ciudad el día 24 de diciembre a las 12 de la noche. Se trataba de saber cuantos católicos iban a asistir a la tradicional Misa de Gallo por Navidad. En la tradición cristiana esa noche nació Jesús de Nazaret y los creyentes asisten a misa para conmemorarlo. Tan tradicional es la celebración que recuerdo cuando en vida de Yaser Arafat (líder de la Organización para la Liberación de Palestina, de credo musulmán y casado con una palestina cristiana) el líder palestino acompañaba a su esposa a misa de gallo en Belén.
Cuál fue mi sorpresa cuando encontré la catedral cerrada y, hechas las oportunas indagaciones, se me hizo saber en círculos religiosos que de unos años a esta parte, al menos en las parroquias de la zona donde vivo, esa misa se programa por la tarde a las 19,00, y, habida cuenta a las ceremonias religiosas apenas van muy pocas personas, y muy mayores todas ellas, las 12,00 de la noche era una hora que resulta francamente difícil para su asistencia.
Por otra parte, cuando estas líneas se redactan, escucho a ciertos católicos quejarse de que mientras las mezquitas en nuestro país están llenas, los templos cristianos se encuentran vacíos. Pero se trata de esos mismos católicos que, mientras en estos momentos el yihadismo islamista terroristas versión HTS ( es decir Al Qaeda y sus diferentes fórmulas) ha tomado el poder en Siria, financiado y apoyado por EEUU e Inglaterra, y ha comenzado a matar y perseguir a los cristianos de ese país ( casi un 12% de la población), la iglesia católica y ellos mismos han venido guardando un discreto silencio ; a pesar de que el primitivo cristianismo nació en esas tierras y no en Roma : teólogos como Juan Damasceno o Dionisio Aeropagita y hasta el mismo San Pablo, lo certifican.
La Iglesia católica hoy en día, al menos en nuestro país, está sin pulso y en lugar de quejarse de que otros credos llenen templos, debiera preguntarse más bien de por qué los suyos se encuentran vacíos.
La Institución data de hace más de 2.000 años y ha pasado por vicisitudes de todo orden y, siempre, de una forma u otra, ha perdurado, incluso siendo perseguida como sucedió en sus primeros tiempos; y se quiera o no, ha dejado una huella en todo nuestra cultura occidental y civilización, en costumbres, valores y hasta formas de organización social.
La iglesia de hoy en Europa ( dejo aparte Latinoamérica), ni siquiera tiene identificado a su cáncer, y aún no sabe por dónde le llega su metástasis que de seguir así la hará desaparecer en unas pocas décadas.
En busca de las causas, pongamos primero sobre la mesa unos sucintos antecedentes históricos.
Poco después de la Revolución francesa, sobre el 1800, en la primera mitad del siglo ( algunos autores lo datan en 1820 ), nace y comienza a implantarse el capitalismo y su doctrina de la explotación de todos los recursos de la sociedad y el planeta, en especial los humanos, al servicio de la más despiadada búsqueda del lucro y beneficio acumulativo e ilimitado. Paralelo y consustancial a la doctrina económica, comenzó a expandirse en el plano social y ético el individualismo exacerbado y la supresión de todo tipo de trabas que impidieran al hombre el transformar las cosas, incluso las más sagradas, colectivas y consuetudinarias en busca de convertirlas en lucro y ganancia en favor de los grandes propietarios de los medios producción. Éste era el nuevo motor de la historia y en España, durante el siglo XIX como en otros lugares, se desamortizaron en beneficio de una oligarquía de propietarios los bienes de la iglesia y los comunales de los municipios, expulsando así a los campesinos a las grandes ciudades, donde los dueños del capital industrial los estaban esperando para explotarlos.
Aquella situación de flagrantes injusticias y viles explotaciones, logradas como consecuencia de la destrucción del denominado Antiguo régimen ( así llamado por ser anterior a la Revolución francesa, inglesa y norteamericana) y por efecto de la dialéctica, como siempre ha ocurrido en la historia, surgió en la historia como antítesis al nuevo sistema económico el Marxismo, que más adelante dará lugar a ciertos regímenes comunistas, también llamados de socialismo real. El Manifiesto comunista de Marx y Engels, data de 1847.
El capitalismo desde entonces ha dado lugar a dos guerras mundiales ( 1914 y 1939 y numerosas más, de menor tamaño y focalizadas en Asia y África), por la disputa en su fase superior, la imperial, entre naciones e imperios por la conquista de mercados en aras siempre, cada oligarquía nacional, de ampliar todavía más su lucro y tasa de ganancia. Así mismo, en ese mismo periodo, el propio capitalismo dio lugar como reacción al nacimiento de la URSS ( 1917) y la República Popular China ( 1949) entre otros.
Soy de los que sostienen que, sin la llegada del capitalismo a la historia, el comunismo no hubiera aparecido. El proletariado es hijo de la revolución industrial, y ésta del nacimiento de una nueva clase, la burguesía industrial y financiera. E igualmente, debe quedar claro, que fue la nueva clase social en ascenso, la burguesía, quien acabó violentamente con el antiguo régimen ( trono y altar). Sin proletariado, difícilmente hubiera existido una revolución social contra el tradicional orden de las cosas.
Al comienzo de todos estos sucesos, fue la Iglesia la que se resistió a aceptar el nuevo orden, tan alejado de sus principios en términos morales y espirituales, pero pronto, en cada nación y a su tiempo ( en España después de tres guerras carlistas, en Italia con la pérdida de los estados pontificios inclusive en 1870) se decantó por aceptar a la nueva clase burguesa y colocarse del lado del poder y las instituciones.
La iglesia adoptó esta postura asustada por el inicial contenido materialista y laico de las doctrinas socialistas ; y así mismo, simultáneamente, la nueva clase burguesa, ante el empuje de las ideas marxistas que" como un fantasma recorrían Europa" ( con esta frase comienza el Manifiesto comunista), temerosa de la revolución social, utilizó a la Iglesia y en parte al Antiguo régimen, para defender el nuevo orden económico, que amenazaba la propiedad de sus medios de producción. Por esta razón al nuevo orden burgués le resultaba útil la Iglesia, como mensaje anestésico, para frenar así los movimientos revolucionarios de las masas, predicando la resignación en esta vida y la esperanza en otra, dónde ya dejarían de soportar la injusticia y explotación que sufrían.
Con diversas vicisitudes este ha sido el esquema seguido hasta cercanas fechas, salvo pequeños paréntesis como el de León XIII al proclamar la Doctrina Social de la Iglesia : el poder subvencionaba a la Iglesia y la burguesía industrial y financiera mantenía una legislación más o menos acorde con los valores cristianos ( matrimonio, familia, aborto, Derecho natural, tradiciones, etec), aunque poco a poco se iba imponiendo una secularización de la vida pública.
Con la caída del muro de Berlín, y con él, del comunismo, los intereses capitalistas occidentales, pudieron por fin desprenderse de los dos de los frenos que les impedían su plena plena expansión : a) los derechos sociales concedidos a los trabajadores , mediante el estado del bienestar en la posguerra ( 1945 en adelante) en gran parte de occidente, con el fin de evitar en el proletariado el contagio de las doctrinas de la URSS y otras repúblicas socialista de su entorno ; b) y la moral y tradiciones cristianas, en cierta forma enemigas de los deseos radicalmente individualistas, hedonistas y consumistas, que impidieran fomentar superfluas demandas en los mercados.
Para el capital, no hay mas demiurgo que él mismo y su tasa de ganancia. Ésa es y siempre siempre será su religión ; y para expandirse pasará por encima de quien sea y como sea, naturaleza, guerra, conflicto u hombre.
La Iglesia de los primeros tiempos, después de perseguida, supo transmitir al Imperio romano en decadencia sus valores y credos ; lo mismo hizo con los pueblos bárbaros, no sin cierta dificultad y paciencia, alumbrando un orden social nuevo, el Feudalismo, donde al final de la Edad Media se enseñaban en las universidades, disciplinas tan humanas como las de santo Tomás de Aquino o Francisco de Vitoria. Convivió después con el Renacimiento y el Mercantilismo, a pesar del grave cisma que sufrió con Lutero y el Protestantismo, del que supo sobrevivir.
A todos recondujo de una forma u otra, con todos se adaptó. Con el Capitalismo no podrá hacer lo mismo y si lo consigue es que ya no será la Iglesia, sino otra cosa. El Capitalismo es una bestia desbocada que engulle todo lo que le estorba, y jamás tiene final.
A pesar de su anticomunismo, como buen polaco que era, Juan Pablo II al final de su papado, se dio cuenta de que su temporal y provisional aliado contra el Marxismo, nunca mejor dicho, le había dado el abrazo del oso a él y a sus antecesores ; y habida cuenta que no ya necesitaba de la Iglesia en la batalla por las conciencias y la hegemonía cultural contra ninguna idea socialista, ahora se disponía con doctrinas tan disolutas, relativas y vacías como el posmodernismo, el relativismo, las doctrinas de género y el consumismo feroz, a crear un hombre nuevo sin ningún asidero a tradiciones, patrias ( otro de sus objetivos a suprimir, como la familia) o religiones, es decir al hombre global y cretinizado, aislado, vacío, sin trascendencia, hueco y perfectamente domesticable.
El Globalismo ( última mutación del Capitalismo) lo está consiguiendo, al menos en Europa y gran parte de los Estados Unidos. Hispanoamérica todavía se le resiste, y en Asia y África todavía no ha podido penetrar.
Me he alargado mucho. En un siguiente artículo sobre la misma materia, desarrollaré como la Iglesia Católica está reaccionando a esta crisis, a mi modo de ver de forma insuficiente. Y el peligro existencial que la acecha.
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