martes, 15 de diciembre de 2020

Zoya Kosmodemiánskaya y sus premonitorias palabras.



He pensado que en estos tiempos de banalidad y posmodernismo, no estaría de más recordar la historia de una mujer valiente, patriota y antifascista.


Se llamaba Zoya Kosmodemiánskaya, apenas tenía 18 años y en 1941 cuando las hordas nazis se acercaban a Moscú, creyó su obligación contra los consejos de su familia el alistarse en el Ejercito Rojo de la URSS. 

Fue destinada a las unidades partisanas  que operaban detrás de las líneas enemigas, y en una de aquellas misiones después de incendiar un barracón que  alojaba soldados alemanes  y contenía  material de transmisiones, un compatriota colaboracionista la delató y fue hecha presa.

Sufrió torturas indecibles, se quedó sin uñas, fue violada, quemado parte de su cuerpo y azotada reiteradamente, pero en ningún momento los torturadores consiguieron arrancarle un dato, una información, la mas mínima confesión.

Cuando hecha un guiñapo las bestias nazis vieron que nada cabía que esperar de Zoya, una  fría mañana de invierno sobre un piso de nieve y descalza fue llevada a un patíbulo donde se levantaba una horca. 

Para la ceremonia las tropas de la Wermacht concentraron a todos los habitantes del lugar, y muchos de aquellos  soldados con sus cámaras fotográficas, como eran habitual en ellos, se dedicaron a inmortalizar el momento. No dejaba de ser para aquellos animales un souvenir mas de aquella espantosa guerra.

 Zoya, con la soga al cuello y antes de morir, pronunció una palabras, dejó blancos a sus verdugos y pasó a formar parte de la Historia con mayúsculas, pues hoy todavía ostenta el título de Heroína de la URSS y su escultura se levanta en el metro de Moscú y en numerosas ciudades.

Zoya vino a decir que moría feliz pues había cumplido con su deber al  defender a su patria y que sus verdugos no podrían  hacer lo mismo con los 170.000.000 de soviéticos que les combatían, Finalizaron sus breves palabras con la frase " mis camaradas sabrán vengarme".

Su profecía se acabó cumpliendo. El mismo Stalin ordenó, una vez identificada la unidad militar que ahorcó y torturó a Zoya, que dicha unidad militar fuera considerada en lo sucesivo  como  la " maldita". Y así fue. Los servicios de inteligencia soviéticos hicieron en todo momento  un seguimiento exhaustivo del paradero y el discurrir de la mencionada unidad en su retirada por tierras de Bielorusia, Polonia y hasta el mismo Berlín.

En el combate la prioridad siempre fue acabar con aquella unidad militar con bombardeos o de la forma que fuera y nunca ninguno de sus miembros recibió cuartel. No hubo prisioneros, y aún a varios de ellos antes de morir se les ocuparon fotografías del ahorcamiento de Zoya y otros semejantes, que conservaban alegremente.

Parece ser que de sus oficiales, ninguno salvó la vida, a excepción de un comandante que se entregó a las tropas de los Estados Unidos, que lo acogieron. Se tuvieron noticias poco después de que falleció debido a un derrame cerebral.

Las palabras premonitorias de Zoya se acabaron cumpliendo. 

Esta es una de las muchas historias conmovedoras de la Gran Guerra Patria. Y el pueblo ruso, los pueblos de la URSS no  la han olvidado.



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