Deje
insinuado en mi anterior artículo, que el problema de Cataluña no
es Cataluña, sino España. De los Reyes católicos en adelante hemos
sido gobernados por reyes extranjeros, primero los austrias y luego
los borbones. Unos y otros, con alguna pequeña excepción, pensaron
siempre en los intereses de su corona en el teatro europeo más que
en el interés nacional, hasta que desfondados y arruinados por las
innumerables guerras de dinastías entramos en decadencia.
Dilapidamos las riquezas que llegaban de América y destruimos, sobre
todo en Castilla, nuestro incipiente comercio e industria. Igual
forma siguieron en manos de estos reyes nuestras tradicionales
instituciones democráticas de la época, cortes, fueros y diversos
reinos de España, confederados en la corona. La sofocada rebelión
de los Comuneros, fue el embrión de nuestros males futuros.
Cuando
hubieron acabado con este patrimonio, que era de lo más extenso
sobre todo en las colonias de America, nuestros reyes se dedicaron a
explotar la única finca que ya les quedaba. Por supuesto, en su
propio interés y en el de una casta de holgazanes, oligarcas y
privilegiados que los sostuvieron. Durante el siglo XIX el panorama
ya era desolador: atraso, devastación y oscurantismo. Dicen que
Napoleón en la ocupación del suelo patrio, contempló el proyecto
de anexionar del Ebro hacia el norte a Francia, y dejar el resto en
manos de su hermano José, como estado tapón con África.
Posteriormente,
todos los intentos de modernización y cambio de la estructura
política, base del futuro desarrollo, fueron frustrados por la
oligarquía borbónica : Trienio liberal y Prim, primera y segunda
república después. Los propietarios de la finca, que no de la
patria, lo impidieron. Una guerra civil fue el precio, para que esta
vez el reloj de la historia se detuviera de nuevo 40 años con una
dictadura.
La
Llegada de la democracia, sólo hizo que lavar la cara a nuestra
tradicional estructura caciquil y oligárquica. El pacto
democrático, una vez más fue por las alturas, entre las élites.
Los de siempre conservaron sus inalterables privilegios y apenas
cedieron unas migajas al pueblo. Y con ellos, el secular atraso de
España siguió vigente.
Hoy
la división de la línea del Ebro sigue ahí. País Vasco, Navarra,
Aragón ( más que nada por estar en este corredor), Cataluña, y en
menor medida Valencia, Galicia y Cantabria, sostienen a España.
Asturias, con la ruina de sus minas de carbón es la excepción.
Andalucía,
Extremadura y Castilla la Mancha en relación a su población
mantienen un PIB ridículo y lo peor, conservan una estructuras
caciquiles y clientelares que impiden cualquier industrialización.
Salvo el turismo, esas regiones se sostienen en el empleo público,
ayudas, emigración y un sector industrial mínimo. Por otro lado,
la agricultura sigue sin explotarse en todas sus posibilidades.
En
el centro quedan Castilla León y Madrid. La primera se sostiene a
duras penas gracias a la ayudas de las regiones del Norte, sin bien
no tan escandalosamente como las regiones del Sur ; y la segunda,
Madrid, es una isla artificial creada en el centro que explota su
capitalidad. El sistema radial de comunicaciones hace que pase por
Madrid cualquier intercambio, que sería mucho más eficaz y rentable
con comunicaciones directas entre los auténticos polos de
desarrollo.
Si
Madrid no fuera la capital de los ministerios y la administración
supercentralizada, automáticamente perdería entre un 20% y un 30%
de su PIB. A eso había que añadir que se ha fomentado- y se sigue
fomentando- la instalación en la capital de casi todas las sedes
sociales y administrativas de compañías españolas y extranjeras,
que viven de los favores del BOE. Es decir, de las adjudicaciones y
concesiones derivadas de los contratos públicos, sujetas a todo tipo
de arbitrariedades. En suma, una ciudad cortesana, pletórica de
grandes bufetes de abogados y auditores pegados a a los lobys
influyentes, corrupciones aparte. Todo este sector, constituye un
porcentaje del PIB en la región que bien podría bien alcanzar un
50% más. El sector industrial de la región, sigue ausente.
Con
este panorama, ante lo irreformable del sistema (Madrid y el sur), no
es extraño que Cataluña quiera irse. Unas regiones sostienen a las
otras, y el poder oligárquico no tiene ni la más mínima intención
de cambiar las cosas, pues su punto de apoyo fundamental pasa por
esas regiones atrasadas. Las otras regiones del norte, si el
principado lo lograra, sería cuestión de tiempo el que la
siguieran. Si esto sucediera, la idea de España resultaría
insostenible.
Siento
decir todo esto. Andaluces, madrileños y extremeños, son magníficas
personas, trabajadoras y capaces. Lo han demostrado cuando han
emigrado a Europa y al Norte de España, y han podido liberarse de la
férula de la oligarquía señoritil que las oprime e impide el
desarrollo de capacidades.
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