lunes, 29 de mayo de 2017

El catecismo de los políticos municipales de nuestra provincia

A principios de los años ochenta los pueblos de España, recién salidos de la dictadura, estaban faltos  de todos los servicios más elementales : planes de saneamiento, depuradoras, alfastado de la mayoría de sus calles, equipamientos culturales,  atenciones sociales, etc.  Fueron los tiempos en que los sillones municipales se ocuparon por toda una generación que salía del franquismo llena de ilusiones por cambiar las cosas, con mucha carga ideológica. Se conoció aquel periodo como el de los ayuntamientos democráticos.

No digo que en aquellos tiempos muchos muncípes no diseñaran  ya su carrera política profesional, ocupando los sillones, pensando más en sí mismos que en el bien común. Pero a lado de éstos había un numeroso conglomerado de personas dispuestos desde diferentes orientaciones ideológicas a transformar las cosas.

Y  se consiguió. 

En aquel tiempo, se mejoró la gestión y se ampliaron los presupuestos, implantando nuevos servicios desconocidos hasta entonces en los municipios : servicios sociales, módulos contra la drogodependencia, bibliotecas, construcción de polideportivos, asistencia a la tercera edad en forma de residencias, nuevos paseos, avenidas, recogida de basuras y equipamientos culturales, por sólo citar algunos de estos servicios. Ahora bien, junto a estas actuaciones se tomaron decisiones políticas y no solamente de dotación de los servicios mínimos indispensables para el bienestar ciudadano. Había que definir el urbanismo local a través de planes y eso suponía decidir qué terreno debía ser zona verde o no, privando a aquellos propietarios de su esperada especulación con sus suelos, aumentar los impuestos y decidir quién pagaba más o menos en función de sus inmuebles y la explotación que daban a estos, cambiar el callejero todavía nominado con las glorias del régimen anterior, fijar el suelo industrial y de desarrollo de sus polígonos, crear servicios sociales para las rentas en exclusión y en definitiva, adoptar un modelo de  ciudad que respondiera al interés común de  la gran mayoría de sus habitantes.

Podríamos denominar a este periodo el de la primera época.

Cuando se hubo conseguido en gran parte mejorar sensiblemente el bienestar de los vecinos, a través de los nuevos equipamientos y la  mejora de los servicios, los sillones municipales pasaron a convertirse en un trampolín para nuevos ascensos, a través de los partidos políticos, en busca de cargos de más alto nivel ; o en su defecto,  mediante la consolidación de los puestos municipales ocupados, que ya comenzaron  a estar más que bien remunerados en numerosos casos, amen de la ampliación de éstos.

 Y nació la segunda época. 

Faltos de ideas, residenciado ya el poder en manos exclusivamente de los profesionales, los señores de los sillones y con el único objetivo del medro personal, entendieron, vacíos de ideología, que el mejor alcalde o equipo de concejales era el que "hacía cosas", "muchas  más cosas",  a favor de una ciudadanía a la que le faltaba todavía mucha educación y a  la que su cercano recuerdo de la pobreza y las privaciones, le impulsaban más y mas a tener y disfrutar de lo que fuera. Y como de lo que se trataba no era de educar y de enseñar que los destinos de una ciudad corresponden a sus vecinos, como soberanos que son, los trepas de las carreras políticas, tomaron la decisión de hacer y hacer más cosas, se necesitaran o no, fueran o no convenientes. Fue en síntesis, una verdadera competición para ver quien ponía el listón más alto.

Me refiero a  los tiempos de las obras faraónicas y delirantes, el despilfarro y el endeudamiento: palacios de congresos, ferias de todo tipo,  y sobre todo cemento, mucho cemento en cualquier sitio, con desprecio absoluto al medio ambiente.  La políticas de transformación de las estructuras de la ciudad, para hacerla más moderna, social y equitativa, respetuosa con sus historia, culta y dueña de sus destinos, brillaron por su ausencia.

  
Agotado este modelo, en gran parte por la crisis que hizo su aparición, pues sino se habría continuado con el  anterior diseño hasta destrozar la ciudad del todo, hemos llegado  al  actual,  que es el  tercer periodo. Y digo llegamos al modelo actual, por decir algo, ya que se trata de la carencia de modelo. 

Podríamos resumir el diseño o propuesta actual de todo buen munícipe, en las siguientes mandamientos  ( su catecismo) :

1.- Dejarás el destino de la ciudad a los intereses de  todos aquellos  grandes empresarios que decidan desde otros domicilios sociales instalarse en su tu ciudad, contaminen o no. Para ti la palabra cooperativa será maldita y menos todavía la explotación de los recursos locales a través de estos medios productivos.El ayuntamiento a estos efectos nunca será partícipe o impulsor de nada.

2.- Conforme a los intereses de cualquier gran empresario, sobre todo venido de fuera, cambiarás el Plan de Ordenación Urbana, cuantas veces te lo pidan, en un urbanismo a la carta. La planificación de la ciudad del futuro, ya que no tienes modelo, la decidirán los de fuera con todos sus caprichos incluidos. Te convertirás así, exclusivamente, en un buen gestor de determinados intereses, a la espera de que estos aparezcan por tu ciudad.

3.- No tomarás nunca ninguna decisión arriesgada, transformadora o valiente que pueda perjudicar o dar que hablar. Ello podría perjudicar tu carrera política, y los sueldos de los que ya disfrutas, o piensas disfrutar en el próximo ascenso. Lo mejor será aparecer como discreto y obediente, no sea que te tachen de independiente o radical.

4.- Contribuirás, ya que la crisis persiste, y el cemento todavía se hace caro, a dar al pueblo todo el pan y el circo que puedas para que se distraiga, pero nunca para que  se eduque. A cualquier chorrada que a un colectivo se le ocurra, la santificarás como  actividad cultural.

5.- Serás un buen gestor de los servicios públicos que ya se disfrutan, no sea que el pueblo se enfade: calles limpias, basuras recogida, etc. Pero a ser posible, estos servicios los privatizarás en cuanto puedas.

6.- Nunca construirás ni promoverás viviendas sociales de alquiler, no sea que los arrendadores y rentistas de tu ciudad, crean que quieres abaratar los precios del mercado de alquiler. 

7.- Dirás que pretendes rehabilitar tu destrozado casco antiguo, pero no harás nada por conseguirlo, no sea que perjudiques los intereses de todos los promotores que ya  se disponen a realizar más viviendas en la periferia, ni a  los propietarios del suelo  que quieren venderlo a precio de oro, aunque sean patatales.

8.- No faltarás nunca a la procesión de la Semana santa, aunque te prediques o no  laico. Para disfrutar de tus ingresos en un futuro o de un ascenso en la carrera política, los votos de quien sea, y como sea, siempre serán necesarios.

9.- No levantarás nunca la voz cuando un servicio público estatal o autonómico ubicado en tu ciudad, sea trasladado a Huesca capital. En esa ciudad es donde se deciden las listas, y no sea que te excluyan de ellas en la próxima convocatoria electoral. En el mismo orden de cosas, rendirás pleitesía y acatamiento a todas cacicadas que puedan adoptarse desde la Diputación Provincial.

Todos estos mandamientos se pueden resumir en un solo : pensarás siempre en ti mismo, por encima de todas las cosas. 















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