lunes, 8 de mayo de 2017

La trucada democracia actual



La democracia moderna, tal como la conocemos hoy, nació con vocación  excluyente. Fue el triunfo de la burguesía sobre el antiguo régimen. Toda revolución necesita de herramientas intelectuales para conquistar la hegemonía cultural. La ilustración abrió el camino y este movimiento se consolidó en las bellas declaraciones sobre los derechos del hombre y el ciudadano, reproducidas en los textos de la Revolución francesa y antes en los de la norteamericana.

Ya sólo cabía, dada su confusión semántica, definir  quién era el sujeto revolucionario, si el hombre o el ciudadano. Y naturalmente, fue el segundo estatus el  que en sus comienzos se reservó a las personas con cierta renta,  es decir, a los burgueses ; lo del hombre, se dijo, vendría mucho después. Así pues, esta democracia en sus inicios fue censitaria o se excluyó de ella a las personas no ilustradas o de baja renta, cuando no a ciertas razas.

Fue todo una confesión de parte, toda una declaración inicial sobre la naturaleza de sus intenciones. Y como dicen los juristas latinomericanos : a confesión de parte, relevo de prueba.

Posteriormente, con la aparición de las doctrinas socialistas y el "terror rojo" institucionalizado en casi medio mundo, después de 1917, el junco tuvo la necesidad de  hacerse flexible  y para sortear el viento adverso y sobrevivir, otorgó el voto a casi todas la capas sociales, incluida la mujer.

Y  ya estamos ( matizaciones de la Historia aparte)  en el sistema actual : la democracia denominada representativa, donde los electos son designados por el pueblo, que se dice soberano.

Pero ni el pueblo es soberano, ni la democracia es representativa. En el juego electoral, unos parten con ventaja, pues no en vano son los propietarios de los medios de producción ( incluyendo en estos a los difusión) los que con su dominio económico condicionan, cuando no coaccionan, a los poseedores  de rentas exiguas en la tendencia del voto. Y tampoco es representativa porque hasta la institución del mandato ( regulada en los códigos de la propia burguesía, como es un ejemplo nuestro código civil, copiado del napoleónico) siendo por su propia naturaleza revocable, en el juego electoral no lo es.

En síntesis : en nuestras democracias, los electores no son sujetos iguales , ni tampoco pueden revocar a sus elegidos, en caso de flagrante mal uso de la institución del mandato. Y añádase a todo esto la estructura de los partidos políticos, que de forma antidemocrática y tolerada son controlados por sus cúpulas partidarias, que, a menudo, se confunden con el poder económico mismo.

Y aún queda, una barrera final, por si algún idealista lograra penetrar en el entramado donde se cocinan los intereses de la clase social que ostenta el poder, desde que ésta ( la burguesía) redujera a cenizas a la anterior, es decir, a la nobleza, sus privilegios, y la realeza entendida como poder absoluto. 

Se trata del acceso mismo a la función de los elegidos.  ¿ Quién goza hoy en día de la libertad para ejercer como tal, como representante del pueblo ? La respuesta no está en el viento y la conclusión es sencilla, como ya sabemos todos. Si no dispones de los suficientes medios para acceder al cargo temporal que te  garantiza el retiro de  tan nobles tareas, quedan dos alternativas : o bien provienes de la función pública, que  te garantiza el puesto de trabajo, cuando no te lo mejora, mediante la excedencia o te enrolas desde tu pubertad, como carrera vital, a la casta perpetua  de los profesionales de la cosa pública y a las órdenes siempre de la cúpula de tu partido político, con el más firme propósito de obediencia. De esta forma, nunca te faltará el cargo, la sinecura o el privilegio.

Se diría ( no hay estadísticas, pero quizá no hagan ni falta) que más del 90% de nuestros congresistas o senadores, proceden de estos orígenes. Y estos caballeros, se dicen los representantes de la sociedad civil, cuando en tal sociedad no superan más del 20% de su censo y lógicamente legislan para perpetuar sus propios intereses. Respecto del Estado, y la función pública que lo administra, como todos sabemos, si bien con honrosas excepciones, constituye la herramienta de dominación de unas clases sobre otras. Los obreros bien tratados de la fábrica.

Y en estas estamos, dándole vueltas a la palabrería e invocando el mantra de la democracia para legitimar cualquier arbitrariedad, cualquier injusticia.



  

 




        

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