sábado, 15 de julio de 2017

Recuerdos del ayer, realidades de hoy

Era el año 1979. Con unos amigos decidimos conocer Rumanía. Recuerdo el control en el aeropuerto de Bucarest. Rígido,  severo, exhaustivo. Visitamos la capital, Bucacarest, Timisoara y Brasov, entre otras ciudades.Tengo los mejores recuerdos de la belleza de los Cárpatos y de todos los pequeños pueblos que jalonaron nuestro recorrido en Transilvania : crómaticos, recogidos, sencillos, muy bien urbanizados y limpios.

Era la primera vez que visitábamos un país comunista y aún faltaban diez años para que cayera Ceasescu mediante una revolución provocada- ahora ya se sabe- desde occidente. En nuestro grupo de viajeros, se confesaran algunos socialistas y otros no, todos sin saberlo éramos hijos de la sociedad occidental, de la economía de mercado. Estábamos acostumbrados a medir el bienestar y libertad  de un pueblo, por su capacidad de  consumo. Los que no eran socialistas, desde el primer momento esbozaron sus críticas. El dinero en el bolsillo de los rumanos era escaso, su capacidad de compra limitada, los escaparates de los comercios pobres y sin atractivo. Los bienes materiales  no tenían diseño, y en gran parte no eran modernos, no contaban con las ventajas y aplicaciones de los de las sociedades occidentales  Los vehículos Dacia, en concreto, carecían de las prestaciones de los automóviles de occidente. No resultaba una sociedad atractiva para vivir, decían, más todavía si el ocio, tal como lo entendíamos nosotros, era prácticamente inexistente : discotecas, bares musicales, etc. 

Tan cierto era esto que, faltando unos días, para mi partida cambié divisas por la moneda del país. Quizá demasiadas. Viendo acercarse el día de nuestro regreso intenté comprar todo lo que pude y por más esfuerzos que hice no lo conseguí. Aún regresé con Leis, que por supuesto en España no me los cambiaron por pesetas. 

Sólo en algunas ciudades, pudimos visitar por la noche los bares de algunos hoteles con cierto ambiente. El resto, en este capítulo, se trataba de coquetos restaurantes, muy bellos, donde las parejas cenaban y una orquesta animaba la velada. En una pequeña pista en el mismo restaurante se bailaban piezas musicales de lo más clásico.

A los simpatizantes socialistas, contaminados por la sociedad de donde procedíamos, confieso que las críticas de nuestros compañeros de viaje  no nos resultaban indiferentes. No obstante, también les hacíamos ver que los derechos sociales y culturales de aquel pueblo se encontraban muy bien protegidos :  El Dacia no era un buen coche, pero de él disfrutaban  muchísimas familias. Pronto supimos, al entablar amistad con profesores de español, que la sanidad era excelente y gratuita, y el nivel educativo de muy buena calidad  y cultural- eso lo veía cualquiera- estaba al alcance de todos, así como la vivienda, sencilla sí, pero confortable. Los parques y jardines, museos y otros centros culturales resultaban muy superiores  y mas numerosos  que los de nuestras ciudades. El paro, prácticamente inexistente. En definitiva, se trataba de una vida, sosegada, tranquila, en cierta forma feliz, donde la capacidad de consumo era magra, pero se veía a las familias  en cafés y restaurantes disfrutando de su pequeña capacidad adquisitiva.  Los alimentos esenciales tenían un precio político, muy asequible para los rumanos. Otro aspecto era el de los viajes : muchos rumanos, en programas de vacaciones pagadas había visitado desde Bielorusia hasta Vladivostok, en suma casi todos los países del área socialista. Alguno, muy pocos, conocían alguna ciudad de la Europa occidental a la que se habían desplazado en por razón de la profesión que desempeñaban ( comercio exterior, cursos en universidades, etc). 

A los  que pensábamos en socialista, más  nos llamó la atención, que mejor era leer un buen libro ( más que barato ) o escuchar un buen disco de música ( también a precio ridículo) que ver la televisión o comprar un  periódico. Era evidente, que la información no era plural o diversa, menos todavía la opinión Todo lo contrario. Ambas herramientas de comunicación, por su dirigismo y control, eran sumamente aburridas. La religión, la ortodoxa, estaba ceñida al ámbito privado, sin perjuicio de pequeñas ceremonias, muy poco concurridas en las catedrales. Digamos que se toleraba. Recuerdo la bella Iglesia de Brasov, perfectamente conservada, como el resto de las otras iglesias y monasterios. También había algo que  nos nos gustó: una incipiente corrupción que giraba alrededor de la apertura turística del país, con el  mercado negro del cambio de la divisa. 


No advertí crispación en la Sociedad, ni indignación contenida. Por eso cuando cuando en 1989, viendo los telediarios advertí de la violencia de la revuelta con civiles que manejaban armamento de todo tipo- ¿ de dónde habían salido?- los asesinatos y los crímenes quedé profundamente impresionado. Más todavía, cuando supe ( está en you tube) del juicio farsa a que se sometió en una pequeña habitación de un cuartel militar a Ceasescu y su esposa. Duró apenas 20 minutos, con condena incluida sin derecho a ser apelada y  defensa simbólica. La sentencia se ejecutó al instante, cinco minutos después del fallo. Fusilamiento. 

Cuando ya era habitual, en el año 2001, la masiva presencia de rumanos en España, por razones profesionales viajé de nuevo a Rumanía. La bella ciudad de Pitesti y de nuevo los Cárpatos y Brasov. Me alojé en casa de una familia rumana humilde y sencilla, pariente del rumano que me había traído de nuevo al país. Su propietario se desempeñaba como director de un aserradero, pero con su salario no llegaba a final de mes. Me enseñó su nevera vacía a final de mes, y hube de llenársela. Pocos días después en el restaurante del  bellísimo parque zoológico de Pitesti los invite a comer a toda la familia, que para la ocasión vestían las mejores galas. Recuerdo la frase de mi invitado y su esposa: " antes una vez o dos al mes comíamos los domingos en este restaurante, ahora estamos aquí porque usted va a invitarnos".

No me extraña. El nivel de vida había descendido de forma alarmante, la prueba es que más de un 1/3 de los rumanos han emigrado a Europa y otras latitudes. Su salario medio actual  y entonces debía rondar los 250 euros al mes y los precios de todo de tipo de productos y servicios se encontraban a precios muy similares a los de hoy en España ( hoy sigue más o menos igual). Y todo ello contrastaba, con el enriquecimiento y zafia ostentación de una pequeña minoría, que con  sus lujosos automóviles invadía, creaba y disfrutaba de  nuevas áreas urbanas con arquitectura de muy mal gusto, donde se alojan todo tipo de franquicias de  productos de marca, restaurantes de alto nivel y discotecas. Un nuevo mundo, islas dentro de la difícil existencia del rumano de entonces y el de  hoy.

Una gran parte de los habitantes con los que hablé en mi segundo viaje, echaba de menos el comunismo al que recordaba con nostalgia. Lo mismo me dicen más del 90% de los rumanos, de más de 40-45 años, con los que  actualmente hablo en España.

He comentado en el artículo que en mi primer viaje observé con desgrado la falta de libertad de expresión. Pero cuando finiquito estas líneas me pregunto ¿ de qué libertad disfrutamos nosotros actualmente con unos medios de comunicación  que constantemente manipulan, mienten e intoxican, en manos de cuatro grupos empresariales, y estos a su vez  son controlados por los bancos ?. También me hago otra reflexión en estos momentos : con el estado del bienestar en grave peligro, la crisis actual y el rebrote de la  que está por venir, los bajos salarios, el aumento galopante de la exclusión social y la pobreza, así como la presión fiscal que nos agobia e inquieta a diario, sobre todo a las capas medias y bajas de nuestro país ¿ cual era la superioridad de nuestro sistema sobre el que conocí en Rumania ?



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