Entre otras muchas, hay una forma ( el algodón no engaña) de reconocer a un fascista. Si tienes un debate con él, discrepas, y se suceden varios razonamientos antagónicos, en un momento determinado recurrirá a lo personal : dirá que tú no eres ejemplo de nada, que la opinión que sostienes no la practicas y eres una vida contradicción de lo que predicas frente a lo que haces, y finalmente, apoyado en rumores o invenciones ( normalmente difundidos por los que piensan como él), te acabará calumniando en lo personal.
La intoxicación, la mentira y el rumor será siempre su mejor arma. El razonamiento, la tolerancia, la lógica, el conocimiento y estudio de la verdad le traen al fresco. El fascista piensa con las tripas, odia y acomoda sus opiniones a sus prejuicios. Es decir, primero siente y señala a sus enemigos ( que son todos aquellos que ponen en entredicho, así lo entiende él, su privilegio personal de clase o raza en la sociedad) y a continuación trata de destruirlos.
En lo colectivo, como grupo, hará lo mismo. Cuando ya no baste la intoxicación, la amenaza y el acoso por cualquier medio a otros grupos en los que atisbe un peligro para su privilegio social, en última instancia el grupo del privilegio y los prejuicios recurrirá a la violencia en toda su extensión. Toda la que se crea necesaria en cada ocasión.
Miren a derecha e izquierda en su pueblo, en su ciudad, pues potencialmente hay más de los que parece. Están aletargados y hasta pueden ser simpáticos en lo personal y en lo cotidiano. Pero sufrirán una metamorfosis radical si intuyen en el horizonte cualquier cambio o transformación que pueda poner en riesgo sus privilegios.
Miren a derecha e izquierda en su pueblo, en su ciudad, pues potencialmente hay más de los que parece. Están aletargados y hasta pueden ser simpáticos en lo personal y en lo cotidiano. Pero sufrirán una metamorfosis radical si intuyen en el horizonte cualquier cambio o transformación que pueda poner en riesgo sus privilegios.
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